Unas porciones de mis notas del 2010. Cuando esto comenzaba.
Viernes 29 de octubre de 2010
Casi muere una de las personas que anduvo con nosotros. Según el médico, era cuestión de minutos. “El Golpe de Calor”. Insolación. Es difícil subir y bajar lomas en esta zona tan húmeda, con tanto calor. Más de 40 grados.
El señor T también tuvo problemas. Se perdió en la selva un rato, como una hora. E hizo que otros se perdieran. Confió en el GPS. Puto GPS, perdió señal debajo de los árboles. Cayó al fango como 4 veces en una hora. Algo debe estar mal. El señor T se sintió como la señorita Cocodrilo. Ella acostumbra caerse sin razón. Los demás pasaban como si nada por el fango y se hundían hasta la mitad del fémur. El señor T se hunde hasta la rodilla. Y se cae sin razón. Los demás simplemente caminan y ya: él camina y se cae.
Me di cuenta de que he aprendido un nuevo hábito. Completamente sin querer. Desde el lunes, todas las noches doy gracias a Dios por haberme permitido llegar vivo al final del día. Y todas las mañanas, por haberme permitido despertar vivo.
Sábado 30 de octubre de 2010
El Coca quedó atrás. Quito aparece como la esperanza de haber sobrevivido. “Sobreviví a la selva”, decimos. Nos engañamos un rato pensando en que ya la hicimos. Como se engañaba Paco Stanley, el día que invitó a su programa a Los Hermanos Carrión. Se mofó de ellos diciendo que “habían llegado en ambulancia, con su tanque de oxígeno”. A las pocas semanas lo mataron en el baño de El Charco de la Rana. Y los Hermanos Carrión siguen vivos. Simplemente, la vida no sigue lógica todo el tiempo. Igual y mañana me sale un pendejo cualquiera con un picahielo, me asalta, y me atraviesa. Sólo Dios sabe.
Lunes 15 de noviembre de 2010
Ecatepierdes. Acatepierdes.
Domingo 21 de noviembre de 2010
El señor T salió temprano de la casa. Abordó el autobús y comenzó las primeras tres horas de viaje. El autobús olió a quemado muy fuerte y causó pánico entre todos los pasajeros (cupo completo, por cierto). Pensó en abrir la ventana como salida de emergencia y brincar, sin importar lo alto. Luego siguió el aeropuerto. En Copa Colombia (antes Aero República) te llaman siempre por tu apellido siempre que se dirigen a ti durante el viaje. Y antes de aterrizar se acerca la aeromoza principal a decir “Señor T, gracias por preferir Copa Colombia, esperamos servirle pronto”. Con ese tonito rulo, tan agradable como si uno se acercara al paraíso. En Bogotá, Skype no funcionó para hablarle a los amigos, y no hubo tiempo de buscar alternativas. Luego aparece Quito de media noche. A dormir un rato. A ver que continúa.
Lunes 22 de noviembre de 2010
El señor T cruzó la Cordillera de los Andes en autobús, con el grupo de la expedición. El GPS marcó 3,400 metros de altitud en ciertos puntos. Había casas al lado de la carretera, cuyos predios terminaban a cientos de metros de distancia horizontal y vertical, cuesta arriba, en las montañas. Y gente allá arriba trabajando la tierra. El señor T pensó en que, si tuviera que subir, no llegaría ni a la mitad del predio antes de sufrir dos infartos. Con esa cuesta y esa altitud, aquí debería entrenar la Selección Mexicana de Futbol antes del viaje a Brasil del 2014.
La nieve de las montañas cambia por lo verde de la selva. Aparece la ciudad de Tena (El Tena, le dicen aquí). Luego una estación petrolera. Comienza la inspección. Luego vuelve a aparecer el familiar Río Napo. El hotel resulta estar en una aldea a un par de kilómetros aguas abajo, del otro lado del río. Hay que llegar por canoa. Viaje de 10 minutos por canoa. A descender de la canoa y luego una cuesta arriba con las maletas para llegar al hotel. Gringos por todos lados. Dicen que un suizo llegó por aquí, se enamoró de una nativa, se casó, y construyó el hotel. Luego la habitación, más rústica que nada, con un balcón que da a al Río Napo. El ruido de los pájaros y los murciélagos no deja dormir. Además, no hay tele, ni internet, ni señal de celular. Hay que subir al techo para que capte un poco de señal y leer correos electrónicos. Y a recordar que anochece a las 6 de la tarde.
Martes 23 de noviembre de 2010
Hablan mucho de huaoranis. Que no usan ropa. Ni hombres ni mujeres. Si acaso un taparrabo. Que a las mujeres, hay que mirarlas a los pechos más que a los ojos, o sabrán que uno tiene vergüenza. Que son lampiñas. Que, de acuerdo a nuestros estándares de vida, son “promiscuos”. Que comparten esposa e hijas, y que son polígamos. Que las mujeres, cuando ven a alguien a quien no conocen, sobre todo si es mestizo, llegan, abren la mano, estiran el brazo y miden el tamaño de los órganos sexuales de los varones, solo por curiosidad. Que hacen un poco de chicha masticando y escupiendo yuca en una palangana para que fermente y la ofrecen a los recién llegados (si la tomas, eres amigo, si no, enemigo, y morirás en minutos). Que matan solo por matar y sin remordimientos (preferiblemente atravesando lanzas). Que transmiten la hepatitis por la chicha (pero mejor arriesgarte a sufrir por el resto de tu vida por eso, pero sobrevivir, a ser muerto en minutos). Que en la selva caminan rápido y se comunican entre ellos haciendo ruidos de animales. Que roban, o bueno, no roban, sino que para ellos “lo que esté en su territorio es simplemente suyo”, y que esto incluye la ropa y artículos que los visitantes lleven consigo, y que les encanta Coca Cola. Que, cuando una jovencita cumple 12 o 13 años, ya es bien visto socialmente que uno (o varios) varones la tomen por la fuerza. Que no usan especias para cocinar, ni sal, ni aceite. Que son tan sanos que ni una gripa les da. Y longevos. Que en cuanto llegan contigo, te amenazan con sus lanzas, y que si ven que tienes miedo o bajas la mirada, te humillarán y acabarás perdiendo hasta tu ropa y posesiones.
Mañana iremos a zona huaorani. Esperemos a ver que sucede. Mientras tanto, hoy recién conocí gente interesante, en especial una persona que hace lo mismo que yo, en una compañía similar a en la cual trabajo. Mientras tanto, el señor T se ha enojado con algunos de los demás participantes de la expedición, pues pasaron la noche de parranda y a las tres de la tarde querían “irse a revisar información a una oficina”. Como si las muestras se tomaran en cinco minutos y con la mirada. Terminamos las inspecciones a las 5, listos para salir a tomar la canoa.
Miércoles 24 de noviembre de 2010
Los huaoranis nos han visto. Lo sé porque a la hora de cenar alguien ha dicho que, de alguna forma, el líder de la comunidad cercana llamó a Quito a reclamar que un helicóptero sobrevoló su territorio. Saben que el helicóptero hizo seis viajes, para visitar dos pozos petroleros abandonados en su región, que en cada viaje fueron siete personas. Dijeron cuantas mujeres y cuantos hombres. La verdad, no me sorprendí, yo lo sabía desde antes. Me habían dicho que ellos simplemente se cuelgan de los árboles a observar a la gente extraña, que a veces se acercan, a veces no. Que recorren, en promedio, cinco kilómetros por hora, a pie, en la selva. Mi GPS marca que yo camino a entre 4 y 5, y por caminos planos. En la plataforma abandonada Amigo escuché ruidos en la selva que sé que no eran de animales. Una “u” muy larga, luego una “o” muy larga. Como si estos cabrones hicieran yoga. Ruidos de pájaros que nunca había escuchado, ruidos de chicharras. Sé que eran ellos. Por más que los busqué en los árboles no logré verles, luego escuché que se camuflajean para no ser vistos.
Están enojados porque nadie les avisó que se iba a sobrevolar su territorio. Se supone que alguien lo había hecho, evidentemente no lo hizo. Lo que sí sé es que mañana iremos nuevamente, por tierra, y no sé cómo podrán tomarlo. Iremos a un pozo que está a 5 kilómetros de a donde fuimos hoy.
El Señor T se subió a un helicóptero. No para uno, ni dos, sino tres vuelos, de más o menos 10 minutos cada uno. Era un helicóptero mediano, para 10 pasajeros. Debo mencionar que, el vuelo en helicóptero le ha dado ánimos al Señor T pues fue muy organizado. Recordó que hay cosas en este mundo que siguen cierto orden, y que la gente involucrada sigue el orden, y le hizo distraerse un poco del desmadre que se vive generalmente acá. Lo único ordenado es el asunto del hotel (y eso más o menos, ya que me acabo de percatar que este suizo transa cobra $38 dólares, por persona, por el traslado diario en la canoa de 10 minutos).
Son las 10 de la noche y hay fiesta en la aldea. Que van a elegir a la reina de no sé qué. Se escucha música tipo cumbia, luego gente que canta (una chica está cantando, en este preciso momento, La Playa, de La Oreja de Van Gogh). Hace rato se detuvo la música y se oyeron tambores. Considerando que es de noche y estaba en la hamaca que da hacia la ribera del río, recordé Amigo, sentí miedo, y me metí a la habitación a terminar de escribir.
Dicen que mañana iremos a un pozo dentro de una aldea huaorani. Que es seguro que veamos y platiquemos con huaoranis. A ver qué tal nos va. Me han dicho varias frases que no debo decir enfrente de ellos, en su idioma, bajo pena de muerte inmediatamente aplicable, pero mi mente está tan cansada que mi memoria para eso simplemente no existe. Quizá sea la edad, y que ya no tengo la habilidad para aprender otras lenguas. Como el asunto de a droit, a gauche.
Sigo cubierto de ronchas en los pies. La comezón es más potente. Para cuando llego al hotel y puedo revisarme con la lupa de mi navaja suiza ya casi no hay luz natural y ya no alcanzo a ver a mis huéspedes rojos. Espero que sea lo mismo que la vez pasada, algo que simplemente se quite con agua caliente, alcohol y mentol. Y, daría casi cualquier cosa con tal de hablar con la señorita Cocodrilo. Pero al subirme al techo para tomar un poco de señal de celular me percato de que no está en casa. No doy con ella. Quisiera que me cuente el cuento del Cocodrilo. Aunque sea por teléfono. Aunque sea un par de páginas. Aunque solo me diga: “Un cocodrilo salió del río a dar un paseo, y se encontró… Un ratón pequeño que asusta a un elefante grande… una jirafa alta, que huele las nubes, y un escarabajo corto, que huele las flores…”
Viernes 29 de octubre de 2010
Casi muere una de las personas que anduvo con nosotros. Según el médico, era cuestión de minutos. “El Golpe de Calor”. Insolación. Es difícil subir y bajar lomas en esta zona tan húmeda, con tanto calor. Más de 40 grados.
El señor T también tuvo problemas. Se perdió en la selva un rato, como una hora. E hizo que otros se perdieran. Confió en el GPS. Puto GPS, perdió señal debajo de los árboles. Cayó al fango como 4 veces en una hora. Algo debe estar mal. El señor T se sintió como la señorita Cocodrilo. Ella acostumbra caerse sin razón. Los demás pasaban como si nada por el fango y se hundían hasta la mitad del fémur. El señor T se hunde hasta la rodilla. Y se cae sin razón. Los demás simplemente caminan y ya: él camina y se cae.
Me di cuenta de que he aprendido un nuevo hábito. Completamente sin querer. Desde el lunes, todas las noches doy gracias a Dios por haberme permitido llegar vivo al final del día. Y todas las mañanas, por haberme permitido despertar vivo.
Sábado 30 de octubre de 2010
El Coca quedó atrás. Quito aparece como la esperanza de haber sobrevivido. “Sobreviví a la selva”, decimos. Nos engañamos un rato pensando en que ya la hicimos. Como se engañaba Paco Stanley, el día que invitó a su programa a Los Hermanos Carrión. Se mofó de ellos diciendo que “habían llegado en ambulancia, con su tanque de oxígeno”. A las pocas semanas lo mataron en el baño de El Charco de la Rana. Y los Hermanos Carrión siguen vivos. Simplemente, la vida no sigue lógica todo el tiempo. Igual y mañana me sale un pendejo cualquiera con un picahielo, me asalta, y me atraviesa. Sólo Dios sabe.
Lunes 15 de noviembre de 2010
Ecatepierdes. Acatepierdes.
Domingo 21 de noviembre de 2010
El señor T salió temprano de la casa. Abordó el autobús y comenzó las primeras tres horas de viaje. El autobús olió a quemado muy fuerte y causó pánico entre todos los pasajeros (cupo completo, por cierto). Pensó en abrir la ventana como salida de emergencia y brincar, sin importar lo alto. Luego siguió el aeropuerto. En Copa Colombia (antes Aero República) te llaman siempre por tu apellido siempre que se dirigen a ti durante el viaje. Y antes de aterrizar se acerca la aeromoza principal a decir “Señor T, gracias por preferir Copa Colombia, esperamos servirle pronto”. Con ese tonito rulo, tan agradable como si uno se acercara al paraíso. En Bogotá, Skype no funcionó para hablarle a los amigos, y no hubo tiempo de buscar alternativas. Luego aparece Quito de media noche. A dormir un rato. A ver que continúa.
Lunes 22 de noviembre de 2010
El señor T cruzó la Cordillera de los Andes en autobús, con el grupo de la expedición. El GPS marcó 3,400 metros de altitud en ciertos puntos. Había casas al lado de la carretera, cuyos predios terminaban a cientos de metros de distancia horizontal y vertical, cuesta arriba, en las montañas. Y gente allá arriba trabajando la tierra. El señor T pensó en que, si tuviera que subir, no llegaría ni a la mitad del predio antes de sufrir dos infartos. Con esa cuesta y esa altitud, aquí debería entrenar la Selección Mexicana de Futbol antes del viaje a Brasil del 2014.
La nieve de las montañas cambia por lo verde de la selva. Aparece la ciudad de Tena (El Tena, le dicen aquí). Luego una estación petrolera. Comienza la inspección. Luego vuelve a aparecer el familiar Río Napo. El hotel resulta estar en una aldea a un par de kilómetros aguas abajo, del otro lado del río. Hay que llegar por canoa. Viaje de 10 minutos por canoa. A descender de la canoa y luego una cuesta arriba con las maletas para llegar al hotel. Gringos por todos lados. Dicen que un suizo llegó por aquí, se enamoró de una nativa, se casó, y construyó el hotel. Luego la habitación, más rústica que nada, con un balcón que da a al Río Napo. El ruido de los pájaros y los murciélagos no deja dormir. Además, no hay tele, ni internet, ni señal de celular. Hay que subir al techo para que capte un poco de señal y leer correos electrónicos. Y a recordar que anochece a las 6 de la tarde.
Martes 23 de noviembre de 2010
Hablan mucho de huaoranis. Que no usan ropa. Ni hombres ni mujeres. Si acaso un taparrabo. Que a las mujeres, hay que mirarlas a los pechos más que a los ojos, o sabrán que uno tiene vergüenza. Que son lampiñas. Que, de acuerdo a nuestros estándares de vida, son “promiscuos”. Que comparten esposa e hijas, y que son polígamos. Que las mujeres, cuando ven a alguien a quien no conocen, sobre todo si es mestizo, llegan, abren la mano, estiran el brazo y miden el tamaño de los órganos sexuales de los varones, solo por curiosidad. Que hacen un poco de chicha masticando y escupiendo yuca en una palangana para que fermente y la ofrecen a los recién llegados (si la tomas, eres amigo, si no, enemigo, y morirás en minutos). Que matan solo por matar y sin remordimientos (preferiblemente atravesando lanzas). Que transmiten la hepatitis por la chicha (pero mejor arriesgarte a sufrir por el resto de tu vida por eso, pero sobrevivir, a ser muerto en minutos). Que en la selva caminan rápido y se comunican entre ellos haciendo ruidos de animales. Que roban, o bueno, no roban, sino que para ellos “lo que esté en su territorio es simplemente suyo”, y que esto incluye la ropa y artículos que los visitantes lleven consigo, y que les encanta Coca Cola. Que, cuando una jovencita cumple 12 o 13 años, ya es bien visto socialmente que uno (o varios) varones la tomen por la fuerza. Que no usan especias para cocinar, ni sal, ni aceite. Que son tan sanos que ni una gripa les da. Y longevos. Que en cuanto llegan contigo, te amenazan con sus lanzas, y que si ven que tienes miedo o bajas la mirada, te humillarán y acabarás perdiendo hasta tu ropa y posesiones.
Mañana iremos a zona huaorani. Esperemos a ver que sucede. Mientras tanto, hoy recién conocí gente interesante, en especial una persona que hace lo mismo que yo, en una compañía similar a en la cual trabajo. Mientras tanto, el señor T se ha enojado con algunos de los demás participantes de la expedición, pues pasaron la noche de parranda y a las tres de la tarde querían “irse a revisar información a una oficina”. Como si las muestras se tomaran en cinco minutos y con la mirada. Terminamos las inspecciones a las 5, listos para salir a tomar la canoa.
Miércoles 24 de noviembre de 2010
Los huaoranis nos han visto. Lo sé porque a la hora de cenar alguien ha dicho que, de alguna forma, el líder de la comunidad cercana llamó a Quito a reclamar que un helicóptero sobrevoló su territorio. Saben que el helicóptero hizo seis viajes, para visitar dos pozos petroleros abandonados en su región, que en cada viaje fueron siete personas. Dijeron cuantas mujeres y cuantos hombres. La verdad, no me sorprendí, yo lo sabía desde antes. Me habían dicho que ellos simplemente se cuelgan de los árboles a observar a la gente extraña, que a veces se acercan, a veces no. Que recorren, en promedio, cinco kilómetros por hora, a pie, en la selva. Mi GPS marca que yo camino a entre 4 y 5, y por caminos planos. En la plataforma abandonada Amigo escuché ruidos en la selva que sé que no eran de animales. Una “u” muy larga, luego una “o” muy larga. Como si estos cabrones hicieran yoga. Ruidos de pájaros que nunca había escuchado, ruidos de chicharras. Sé que eran ellos. Por más que los busqué en los árboles no logré verles, luego escuché que se camuflajean para no ser vistos.
Están enojados porque nadie les avisó que se iba a sobrevolar su territorio. Se supone que alguien lo había hecho, evidentemente no lo hizo. Lo que sí sé es que mañana iremos nuevamente, por tierra, y no sé cómo podrán tomarlo. Iremos a un pozo que está a 5 kilómetros de a donde fuimos hoy.
El Señor T se subió a un helicóptero. No para uno, ni dos, sino tres vuelos, de más o menos 10 minutos cada uno. Era un helicóptero mediano, para 10 pasajeros. Debo mencionar que, el vuelo en helicóptero le ha dado ánimos al Señor T pues fue muy organizado. Recordó que hay cosas en este mundo que siguen cierto orden, y que la gente involucrada sigue el orden, y le hizo distraerse un poco del desmadre que se vive generalmente acá. Lo único ordenado es el asunto del hotel (y eso más o menos, ya que me acabo de percatar que este suizo transa cobra $38 dólares, por persona, por el traslado diario en la canoa de 10 minutos).
Son las 10 de la noche y hay fiesta en la aldea. Que van a elegir a la reina de no sé qué. Se escucha música tipo cumbia, luego gente que canta (una chica está cantando, en este preciso momento, La Playa, de La Oreja de Van Gogh). Hace rato se detuvo la música y se oyeron tambores. Considerando que es de noche y estaba en la hamaca que da hacia la ribera del río, recordé Amigo, sentí miedo, y me metí a la habitación a terminar de escribir.
Dicen que mañana iremos a un pozo dentro de una aldea huaorani. Que es seguro que veamos y platiquemos con huaoranis. A ver qué tal nos va. Me han dicho varias frases que no debo decir enfrente de ellos, en su idioma, bajo pena de muerte inmediatamente aplicable, pero mi mente está tan cansada que mi memoria para eso simplemente no existe. Quizá sea la edad, y que ya no tengo la habilidad para aprender otras lenguas. Como el asunto de a droit, a gauche.
Sigo cubierto de ronchas en los pies. La comezón es más potente. Para cuando llego al hotel y puedo revisarme con la lupa de mi navaja suiza ya casi no hay luz natural y ya no alcanzo a ver a mis huéspedes rojos. Espero que sea lo mismo que la vez pasada, algo que simplemente se quite con agua caliente, alcohol y mentol. Y, daría casi cualquier cosa con tal de hablar con la señorita Cocodrilo. Pero al subirme al techo para tomar un poco de señal de celular me percato de que no está en casa. No doy con ella. Quisiera que me cuente el cuento del Cocodrilo. Aunque sea por teléfono. Aunque sea un par de páginas. Aunque solo me diga: “Un cocodrilo salió del río a dar un paseo, y se encontró… Un ratón pequeño que asusta a un elefante grande… una jirafa alta, que huele las nubes, y un escarabajo corto, que huele las flores…”
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